martes, 14 de junio de 2016

Hoy lloro por el mundo.

Nadie pidió venir a este mundo, y no, nadie pidió tampoco ser esto o aquello… somos la suerte de una balota del destino donde unos ganan, otros pierden, otros aprovechan y otros simplemente sobreviven. Nadie pidió tampoco creer y mucho menos sentir, solo fue un soplo que se nos impuso, sea como caridad o sea como alivio; fue una imposición casi burlesca, casi cruel como recompensa por existir en una dimensión como la nuestra.
Tragedias cada día, crímenes, caos, injusticias y claro como olvidarlo, promesas, sueños y esperanzas también, de eso mismo estamos hechos todos de eso y nada más.

Hoy todos lloran por las almas que yacen en Orlando y así mismo deberíamos también por los que caen en Medio Oriente, en Oriente, en el Sur, en el Norte, por quienes son perseguidos, por quienes son burlados, por quienes son discriminados de una forma u otra, por color, por religión, por preferencia, por tener, por no poseer, en fin deberíamos llorar por todos aquellos que de una forma u otra aman y son juzgados por ello y diezmados por su convicción. Ser único no es un delito ni una enfermedad es un don que todos y cada uno adquirió en el primer soplo de vida, es un don que no debe ser señalado ni por dios ni por hombre ya que en sí mismos todos somos diferentes.

Quienes son aquellos que levantan sus manos para juzgar, quien, cómo y cuándo se les fue otorgado el divino privilegio de arrebatar lo que por gracia se nos dio sin ser pedido, quién con las agallas de predicar en título de algo tan perfecto sentencia tan cruel y despiadada… claro, unas escrituras hechas por la imperfección, en nombre de aquel que nada juzga, que nada castiga, que nada reprocha.  Qué ser tan injusto puede ser aquel que no entiende el amor y más que de amor parece predicar el odio, que ser tan injusto aquel que quiere causar dolor y confusión…


Hoy lloro por todos, por que nos dejamos perder en el señalamiento, en el odio,  en la hipocresía, en la indiferencia de ser por nosotros de una forma egocéntrica vacía de amor propio, llena de una adulación a lo superfluo. Hoy lloro por esa humanidad que un día debió ser y se perdió en el afán del poder. Hoy lloro por el hombre que dejó su corazón por la simple satisfacción de romper el de otro, por una justicia mal entendida, por una palabra mal interpretada, por un reino acomodado, por una fe equivocada. Hoy lloro por toda la humanidad.